
The other day I saw a tree with golden leaves. I asked someone what it was, and they told me it was called a Guayacán, or “lluvia de oro” — which means golden rain. This, and the fact that I have recently been reading a lot of Colombian military history, was fertile ground for the creation of a short, philosophical fable. I hope those who can read it enjoy it. Perhaps I will write my own English translation soon.
El Guayacán
Una fábula
¨Entonces, mi general, ¿qué hacemos?¨
El general caminó lentamente hacia el otro lado de la tienda, con la mano derecha puesta en su frente sudorosa. Meditabundo. Miró al valle espléndido en el que estaba y los llanos arduos que quedaban frente a él. Había un rumor de que una fuerza muy grande estaba por venir (viniendo del otro lado del valle). Temiendo el tamaño de la fuerza que estaba por venir, había enviado a unos exploradores para ver qué había por el otro lado de los llanos. Había una posibilidad de que hubieran algunas unidades enemigas por el otro lado, pero incluso si estuvieran allá, seguramente no estarían esperando que el general y su ejército pasaran por los llanos en pleno verano y después de haber recorrido tanta distancia en las semanas anteriores. Esto, básicamente, fue el cálculo que hacía el general — sopesaba lo positivo y lo negativo juiciosamente, pero pronto tendría que tomar una decisión.
No sabía que iba a hacer. Se sintió perdido. Sus años de experiencia y su formación militar lo habían abandonado. En aquel momento, él era un hombre perdido vestido de militar, y tenía diez mil hombres aún más perdidos siguiéndolo en su confusión.
El general era un militar bien conocido y ensalzado. Mucha gente lo llamaba El Guayacán por sus tantas hazañas y éxitos. Era como si él hiciera llover oro. Pero, a pesar de sus muchas escaramuzas y batallas exitosas, esta fue su primera misión como general.
La iba a encabezar otro general más conocido, pero una emergencia en el norte requeriría su atención, algo supuestamente más urgente. Así que el nuevo general fue al sur para vigilar el valle, entrenar a sus soldados, construir una base fuerte y establecerse antes de que llegara el invierno — cuando las fuerzas enemigas podrían ser capaces de cruzar los llanos y posiblemente representar una amenaza para el norte.
Pero en ese entonces pocos sabían que la gran mayoría del ejército enemigo había elegido ir al sur para atrapar al nuevo general prometedor y sus diez mil soldados. O por lo menos, eso era el rumor.
Respondiendo a su coronel, el general dijo:
¨No se mueva, coronel. Ahora vuelvo. Si me permite.¨
El general necesitaba caminar. Siempre pensaba mejor mientras caminaba. Y ese momento exigía lo mejor de sus capacidades.
Por un lado, había la posibilidad de una batalla entre su ejército, recién llegado e inexperto, y el ejército enemigo, el doble en tamaño y experiencia; y por el otro lado, el desafío de cruzar el llano en pleno verano para, quizá, llegar a encontrar otro enemigo y tener que guerrear casi al llegar. Sus tropas necesitaban reposo y revitalización, y no lo iban a conseguir cruzando el llano. Pero tampoco lo iban a conseguir si llegara el gran ejército enemigo a saludarlos.
En pocos términos, le faltaba información, y le tocaba pensarlo todo a fondo. Por eso, la caminata.
Bajó de la colina en la que se situaba su tienda hasta llegar al campamento. Allá el viento soplaba menos, y se escuchaban los ruidos y los murmullos de la gente.
Era como si hubiera vuelto del Olimpo al mundo de los mortales.
Primero se fue donde los heridos. Lo saludaron las enfermeras e incluso algunos de los heridos. El general padecía mucho por sus hombres, y no quería que sufrieran daño innecesario. La carga de este problema aumentó al verlos así sufriendo.
Después se fue a hablar con el hombre encargado de las provisiones y a preguntarle de comida y municiones.
¨Estamos bien con armas y comida si queremos quedarnos acá, pero un viaje por los llanos sería más difícil. Seguramente perderíamos una alta cantidad de pólvora y otras provisiones. Creo que aún así podríamos estar listos para un combate al llegar, pero sería costoso sin duda. ¿Piensas llevarnos por los llanos, General?¨
¨Pienso mucho en este momento. Gracias por su colaboración, la patria le agradece.¨
El general se sintió descorazonado. Jamás en su vida le había pasado algo así — una situación tan perfectamente horrible para un hombre como él — un hombre de lógica y razón, con una mente aguda y de matices.
Su caminata, hasta ahora, había sido un fracaso rotundo.
Justo en aquel momento, el herrero, un anciano, se acercó al general a saludarlo.
¨Buenos días, mi general, cómo le va?¨
¨Buenos días, señor. Pues siendo honesto, he estado mejor. Por primera vez en mi vida, no tengo la menor idea de lo que haré con mi ejército. Tengo que tomar una decisión muy pronto, y me falta tanta información que no puedo analizar bien la situación¨.
¨Ah entiendo. Por eso has bajado? A recibir inspiración del pueblo.¨
¨Algo así, sí.¨
¨Pues hay demasiado ruido por acá, váyase al monte ese a escuchar el río. En el verano corre bellamente, es el verdadero tesoro de este valle.¨
¨Gracias, señor, eso haré¨
El general se despidió del herrero y se fue al monte en búsqueda del río. Al subir el monte el general miró por detrás para ver el campamento desde un punto de vista más amplio y abierto. Respiró hondo, y se inclinó hacia el cielo, absorbiendo el sol caluroso del verano. Ya podía escuchar el balbuceo del arroyo, y se dio la vuelta enseguida para buscar el río.
Él lo vió antes de que lo vió. Tuvo el presentimiento. Una ráfaga de temor e inspiración y orgullo corrió por su cuerpo entero.
A medida que se acercaba al río, el balbuceo de antes se convirtió en un estruendo formidable e intimidante. Sentía la bajada súbita de la temperatura y la humedad y nebulización del aire.
Fue entonces cuando lo vió. Una flor dorada, y otra, y otra. Hasta que las flores individuales se conectaron a unas ramas fuertes y un tronco poderoso.
Justo ahí, en la parte más alta del monte, situado sobre el río atronador y salvaje, estaba un gran Guayacán, con unas flores como lingotes pesados de oro.
El general se partió de risa. Gritó. Levantó sus brazos en el aire y saltó con alegría y pasión y respeto.
El viento soplaba fuertemente, brutalmente, y el general casi no podía mantener los ojos abiertos.
A primera vista, vio que el viento estaba azotando brutalmente el Guayacán. Por un momento se sintió triste. Pero se dio cuenta de que no era así. Y en aquel momento tuvo su epifanía, y sabía lo que iba a hacer con su ejército.
——-
¨Coronel, dígales que suban a la tienda y que los espero acá.¨
¨Entendido, mi general.¨
¨Oficiales, soldados, y miembros valiosos de este ejército, yo sé que hay rumores de un enemigo grande al norte y una posible marcha ardua por los llanos. Sé también que ustedes esperan que tenga la respuesta de la mejor opción Mis estimados patriotas, lamento informarles que no tengo esa respuesta. No la tengo.¨
En ese instante surgen unos murmullos y susurros de disgusto y confusión.
¨Escúchenme bien, compañeros. No tengo esa respuesta porque en realidad no existe. Yo pasé todo el día analizando la información que tenemos, hablando con muchos de ustedes, y sopesando las distintas consecuencias de cada opción. Y después de todo esto, aún no me había acercado a una solución. Si cruzamos el llano, perderíamos muchas provisiones, armas y sufriríamos mucho, todo para llegar a un posible enfrentamiento con el enemigo. Si esperamos a ver si los rumores del enemigo del norte son ciertos, nos tocaría enfrentar a un enemigo mucho más poderoso que el otro y que nosotros, mis estimados. Puede que no vengan, y que podamos cumplir con la misión de establecernos acá. En breve, las dos opciones son igual de feas y no hay información adicional que nos pueda ayudar a tomar la decisión.
Así es, mis estimados. Si alguien me quiere dar algo de información, algo que aún no sé, aquí y ahora es su oportunidad. Vengan que les escucho.
Nadie dijo nada, porque no había nada que decir
Bueno, ahora que me he explicado bien. Les cuento que aunque no sé cuál opción sería mejor, lo que sí sé es lo que vamos a hacer. Pero primero, les cuento lo que vi ahí en el monte.
Cuando fuí al río, vi un Guaycán imponente situado en la parte más alta sobre el gran río. Sus flores de oro brillaban como lingotes en el sol. No les diré que quise llorar en aquel momento, porque los generales no lloran como ya saben. Pues el viento estaba soplando ferozmente, tanto que el Guayacán estaba traqueteando y temblando fuertemente.
Me sentí mal por mi hermano, el Guayacán, hasta que me di cuenta de algo. El viento no estaba azotando al Guayacán; el Guayacán, furioso y orgulloso, estaba azotando al puto viento. AL PUTO VIENTO, CARAJO!¨
Poco a poco, la multitud empezaba a reírse levemente.
̈¨Si alguien quiere decirme que no fue así, que abra su bocaza y me lo diga ahora mismo. Que yo sé lo que vi: El Guayacán, atrapado en una tormenta de viento, decidió que iba a azotar y golpear todo a su alrededor. Ferozmente, sin misericordia, sin razón.
Y esto, mis estimados compañeros, es lo que vamos a hacer. No vamos a quedarnos de brazos cruzados esperando nada. Vamos a cruzar el llano para ver que hay al otro lado. Vamos a sorprender. Vamos a causar estragos. Y lo del llano nos deja actuar así.
Soy El Guayacán porque conmigo las batallas se ganan, porque traigo éxito. Pero hoy soy El Guayacán porque azoto. Quién está conmigo, quién quiere azotar el mundo hoy?¨
La multitud empieza a lanzar gritos de apoyo y aprobación. Y los ojos del general se llenan de lágrimas.
¨Quizá moriremos acá, quizá moriremos allá, pero antes de morirnos, vamos a hacer ruido y azotar el viento!¨
Así fue. El general y su ejército se fueron, no porque fue la mejor opción, sino porque en ausencia de información y en la presencia de peligro, hay que actuar con violencia
